
La competencia comunicativa
es la capacidad de una persona para comportarse de manera eficaz y adecuada en
una determinada comunidad de habla; ello implica respetar un conjunto de reglas
que incluye tanto las de la gramática y los otros niveles de la descripción
lingüística (léxico, fonética, semántica) como las reglas de uso de la lengua,
relacionadas con el contexto socio-histórico y cultural en el que tiene lugar
la comunicación.
En palabras de D. Hymes, la
competencia comunicativa se relaciona con saber «cuándo hablar, cuándo no, y de
qué hablar, con quién, cuándo, dónde, en qué forma»; es decir, se trata de la capacidad de formar
enunciados que no solo sean gramaticalmente correctos sino también socialmente
apropiados. Es este autor quien formula la primera definición del concepto, en
los años 70 del siglo XX, en sus estudios de sociolingüística y de etnografía
de la comunicación en EE.UU. En un conocido artículo (Hymes, 1971) cuestiona el
concepto de competencia lingüística desarrollado por la gramática generativa,
por cuanto en él se hace abstracción de los rasgos socioculturales de la
situación de uso. Con el propósito de desarrollar una teoría adecuada del uso
de la lengua, y de integrar la teoría lingüística y una teoría de la
comunicación y la cultura, propone cuatro criterios para describir las formas
de comunicación, cuya aplicación a una determinada expresión ha de permitir
establecer si esta:
es formalmente posible (y
en qué medida lo es); es decir, si se ha
emitido siguiendo unas determinadas reglas, relacionadas tanto con la gramática
de la lengua como con la cultura de la comunidad de habla;
es factible (y en qué
medida lo es) en virtud de los medios de actuación disponibles; es decir, si
las condiciones normales de una persona (en cuanto a memoria, percepción, etc.)
permiten emitirla, recibirla y procesarla satisfactoriamente;
es apropiada (y en qué
medida lo es) en relación con la situación en la que se utiliza; es decir, si
se adecua a las variables que pueden darse en las distintas situaciones de
comunicación;
se da en la realidad (y en
qué medida se da); es decir, si una expresión que resulta posible formalmente,
factible y apropiada, es efectivamente usada por los miembros de la comunidad
de habla; en efecto, según Hymes, «puede que algo resulte posible, factible,
apropiado y que no llegue a ocurrir».
De ese modo, la competencia
gramatical (primero de los cuatro criterios) queda integrada en una competencia
más amplia.
En la didáctica de segundas
lenguas, S. Savignon (1972) utilizó la expresión competencia comunicativa para
referirse a la capacidad de los aprendientes de lengua para comunicarse con
otros compañeros de clase; distinguía así esta capacidad, que les permite un
uso significativo de la lengua, de aquella otra que les permite -por ejemplo-
repetir los diálogos de las lecciones o responder correctamente a una prueba de
opciones múltiples.
Posteriormente, otros
autores dedicados al estudio de la metodología y la didáctica de segundas
lenguas han profundizado en el concepto. M. Canale (1983) describe la
competencia comunicativa como un conjunto de cuatro competencias
interrelacionadas:
La competencia lingüística
La competencia
sociolingüística
La competencia discursiva
La competencia estratégica
A estas cuatro
competencias, J. Van Ek (1986) añade la competencia sociocultural y la
competencia social.
El Marco Común Europeo de
Referencia para las Lenguas habla de competencias comunicativas de la lengua,
que incluyen competencias lingüísticas, sociolingüísticas y pragmáticas, y que -a
su vez- se integran en las competencias generales del individuo, que son las
siguientes: el saber (conocimiento general del mundo, conocimiento
sociocultural, consciencia intercultural); el saber hacer (las destrezas y las
habilidades); el saber ser (la competencia existencial: relativa a las
actitudes, las motivaciones, los valores, las creencias...); y el saber
aprender.
El modelo de L. Bachman
(1990) es, hasta el momento, el último que ha sido propuesto en el campo de la
enseñanza de segundas lenguas. Toma muchos de los conceptos de los modelos
anteriores, pero presenta de manera diferente los componentes de la competencia
comunicativa, que se organizan en una estructura jerárquica de distintos
rangos. La diferencia más notable de este modelo frente a los otros es que no
considera la competencia estratégica como un componente propio de la
competencia comunicativa, sino como una capacidad más general de las personas
para desarrollar determinados comportamientos; en el caso del comportamiento
lingüístico, la competencia estratégica actúa, según Bachman, al mismo nivel
que los mecanismos psicofisiológicos; tales mecanismos, junto a la competencia
estratégica, confluyen con el conocimiento del mundo y la competencia
comunicativa (llamada en su modelo competencia lingüística) para producir
interacción y comunicación.
En la enseñanza de lenguas,
el concepto de competencia comunicativa ha tenido una influencia muy amplia y
muy profunda, tanto en lo que atañe a la fijación de objetivos de los programas
como a las prácticas de enseñanza en el aula, así como en la concepción y
elaboración de exámenes. La enseñanza de la primera lengua ha experimentado
igualmente el influjo de los estudios sobre la competencia comunicativa; para
el caso del español pueden consultarse los trabajos de Lomas, Osoro y Tusón.
Las competencias comunicativas son importantes y necesarias, de estas depende el desarrollo educativo de las personas y su capacidad de comunicación y expresión en cualquier campo en que se encuentre.
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